martes, 15 de abril de 2008

Hombre sentado



No eran figuraciones, espejismos
de humano mineral, quieto, en un gesto
de moneda de siglos...

No hay edad
en la inmóvil pupila, pero queda
la geografía del tiempo desplegada
en las últimas páginas
de un atlas del vivir.

El gran mentón
erosionado, la marrón mejilla
que cruzan cordilleras, la planicie
de un sistema fluvial seco en la frente...

¿Cuándo se desplomó sobre esta piedra
de una esquina de Fez?

Bajó acaso
de un caballo de vértigos o pudo
anclar su soledad después del beso,
de una fuga de crines, de un antiguo
vendaval con puñales y jilgueros.

Dedos de muchos vientos deshilachan
la chilaba, una lucha
de soles y de lluvias consolidan
un color de destierro en el turbante
con muerte vegetal.

Sólo se puede
viajar por sus pupilas cuando cruza
la Vida, y la Medina
despierta como un pájaro.

Cruza un rojo sudor de curtidores,
un torrente sonoro de plateros
se desata, los bronces
gimen, una bandada
de niños pajarea
cuando el grito
del salón abre bocas
de luz en la Mezquita,

cuando cruzan
los ágiles asnillos por la estrecha
garganta de la Vida, y nos envuelve
una invisible nube de canela,
de yerbabuena y menta.

La hora de navegar por sus pupilas
ha llegado.

Transponen
por túneles sin fondo
las multitudes ciegas que impedían
su injerto en los crepúsculos.

Hay un hombre sentado que conoce
las espaldas del sol
y sólo espera...

Acaso minarete en que se doma
la serpiente del grito
o derribado palomar que suelta
a esa tenaz zurita de los sueños.
Una esquinita de Fez. 1981
Julio Afredo Egea
del libro de Los Regresos